Verdaderamente hablar de la Cámara Sepulcral de Toya (Peal de Becerro, Jaén) es sinónimo de la magnificencia de una sociedad que basa su vida en la muerte, y por ello, invierte tiempo y dinero en construir un espacio que les albergue para toda la eternidad. Si encima se trataba de un héroe, con más razón si cabe. Sin embargo, ese brillo de antaño se vio gravemente ensombrecido por la desidia y avaricia de unos herederos, que no supimos, o mejor dicho, no entendimos que con el expolio no sólo robábamos tesoros, sino que nos robábamos a nosotros mismos parte de nuestra existencia.

Y así podría empezar la historia de la Cámara de Toya, un «tesoro» descubierto por accidente allá por los albores del siglo XX. Una casualidad que llegó a convertirse en una oportunidad para «sacar unas perrillas» que ayudasen en el duro trabajo del campo y de una sociedad que andaba escasa de casi todo. Y así se descubrió esta joya arquitectónica, en la que unos alzaron las azadas para descubrir tesorillos, mientras que otros alzaron sus voces para dar a conocer el peligro que corríamos si terminábamos con nuestra historia.
La Cámara de Toya tiene su primera publicación en el año 1914 en el Noticiario Granadino y un año después en Don Lope de Sosa
Sometida a un continuo y sistemático expolio, sostenido en parte por algunos de los eruditos más conocidos del país, la Cámara de Toya tiene su primera publicación en el año 1914 en el Noticiario Granadino y un año después en Don Lope de Sosa, donde se pone el foco en el desarme de la necrópolis y en la necesidad de parar el expolio para no perder para siempre un espacio único. Ya en 1918 el Centro de Estudios Históricos comienza, con Manuel Gómez Moreno y Juan Cabré a la cabeza, una recogida sistemática de todos los datos posibles de la Cámara de Toya. Es este hecho fundamental para el devenir no solo de la Cámara de Toya sino de la arqueología ibérica en general. Y decimos esto porque gracias al estudio más pormenorizado de la tumba, se empieza a hablar de una sociedad hispánica anterior a la conquista romana, y se empieza a poner en el sitio que le corresponde a la sociedad ibera. Aunque todavía le quedaría un arduo camino por recorrer.

Así empieza Juan Cabré su artículo «Arquitectura Hispánica» en el Archivo Histórico Español de Arte y Arqueología en 1925: «Hay un periodo arqueológico español que se caracteriza por la existencia de cerámicas importadas púnicas, griegas e itálicas, entre otras muchas de carácter local, descubiertas en santuarios y, sobre todo, en las necrópolis andaluzas de incineración. Esta cultura viene llamándose ibérica, pero es apelación engañosa, pues concierne a las comarcas meridionales, de donde precisamente el iberismo queda alejado, por interponerse aquí la gran civilización tartesia. […] En consecuencia, será preferible, de acuerdo con la iniciativa del Sr. Siret, acogida por el Sr. Gómez Moreno, denominar «periodo hispánico» a éste con el que se inicia la arqueología histórica española.» (CABRÉ, 1925).
Tras los primeros trabajos de Juan Cabré, siguieron otros trabajos para poner en valor y conocer mejor su cronología, aunque con notables lagunas, sobre todo en cuanto a conservación se refiere. Hay que decir por tanto, que la arqueología tuvo, en este caso, una suerte a medias. Por un lado, se descubrió uno de los elementos más bellos de la cultura ibera y en la que se redoblaron los esfuerzos por conservarla en el mejor estado posible. Y por otro, el expolio abusivo al resto de tumbas que existía alrededor de esta y que por su «poca importancia artística» no fueron ni consideradas. Pero con el paso de los años, entendemos que esas «tumbas poco importantes» estaban cargadas de información determinante para conocer nuestro pasado.

El edificio se encuentra en el cerro de la Horca de Peal de Becerro, en el centro de su meseta. Un área casi plana debido a las roturaciones, que eliminaron casi toda la tierra que la cubriría en forma de túmulo (BLÁNQUEZ, 1999). La planta de la obra es rectangular y se compone de cinco departamentos en tres naves. La puerta de entrada se sitúa en el muro occidental, con forma rectangular cuyas medidas son 1,70 x 0,64 m, cuyas jambas no tienen escotadura para poder encajar la losa con que se cerraría el sepulcro (CABRÉ, 1925).
La nave central no tiene subdivisión alguna y se encuentra recorrida desde las puertas de acceso a las cámaras laterales, con un banco corrido de 24 cm de alto. En su pared oriental se realizó una hornacina rectangular que ocupaba el centro de la misma. Existe un friso tallado tipo nacela que recorre todo el espacio (posiblemente influencia fenicia), con resalte diferente entre las paredes de la derecha y de la izquierda. No es un hecho banal este elemento arquitectónico irregular ya que parece indicar, en cierto modo, una mayor relevancia de las estancias de la derecha respecto de las de la izquierda. El techo se compone de grandes losas atravesadas de lado a lado con una altura de 2,10 m (CABRÉ, 1925).
La nave central no tiene subdivisión alguna y se encuentra recorrida desde las puertas de acceso a las cámaras laterales, con un banco corrido de 24 cm de alto. En su pared oriental se realizó una hornacina rectangular que ocupaba el centro de la misma.
La cámara de la izquierda contiene dos salas: la primera de ellas es una antecámara que carece de poyo y banco corrido, que funciona a modo de vestíbulo frente a la cámara principal. El acceso a la misma se haría por una puerta rectangular de 1,37 m de altura, posiblemente cerrada debido a los rebajes y muescas existentes en sus jambas. La sala a la que se accede por esta puerta es un espacio de tendencia cuadrangular sin más ornamentación que una hornacina rectangular en su pared oriental, igual que la presente en la nave central (CABRÉ, 1925).

En las cámaras de la derecha hay diferencias notorias respecto a la anteriormente descrita. La antecámara tiene un banco corrido desde la puerta de entrada hasta el acceso a la cámara principal. El acceso se hacía como en la zona de la izquierda, desde una puerta rectangular con restos de ensamblajes de cerramiento en sus jambas. El espacio principal contiene un banco corrido por la pared lateral y del fondo, sobre el cual se documenta un vasar de grandes piedras. Tanto en la pared oriental como en la lateral derecha, hay hornacinas rectangulares, de igual forma que las descritas con anterioridad (CABRÉ, 1925).
La cámara de Toya se convierte en un reflejo de la compleja organización social ibera, que muestra un espacio del más allá cuyas relaciones clientelares vienen determinadas por las que se hayan establecido en esta vida. Un espacio privado que se apropia de un área comunal para establecer una organización social preparada para el más allá. Y por ello, la cámara de Toya necesita una proyección anterior a su función, donde el príncipe propone un edificio con unas características concretas (orientación, dimensiones o funcionalidad de los espacios) y contrata a un arquitecto para que lo lleve a cabo. Es aquí donde quizá radique la mayor importancia de un enterramiento como Toya: un edificio pensado para el más allá, pero que aún siga ejerciendo una fuerza concéntrica para con la sociedad.

Con el desarrollo de los modelos de poder de tipo heroico, que tiene su punto álgido en los siglos V-IV a.n.e., se observa un cambio en las estructuras políticas basadas en la clientela y las redes de vecindad, que empieza a transformar el paisaje funerario. Estas transformaciones vienen condicionadas por la entrada de la comunidad, es decir, los clientes en los nuevos espacios creados por los príncipes (MOLINOS, 2010). La gente de la comunidad, desde el siglo VIII a.n.e., está presente en los espacios funerarios con el objeto de legitimar su pertenencia a la comunidad. En la etapa clásica (V-IV a.n.e.), el espacio funerario había sido privatizado por los príncipes y la presencia de las tumbas de gente de la comunidad exigía la existencia de un pacto de fidelidad para con el aristócrata que permitiera alcanzar el gentilicio de aquel y con ello se alcanzaba la legitimidad que les permitía incorporarse al espacio de la muerte cuando esta llegara (MOLINOS, 2010).
El espacio funerario había sido privatizado por los príncipes y la presencia de las tumbas de gente de la comunidad exigía la existencia de un pacto de fidelidad para con el aristócrata que permitiera alcanzar el gentilicio
Una diferenciación que va a quedar perfectamente reflejada en el ajuar que acompaña a cada individuo, en la tipología de la tumba y, sobre todo, en la cercanía-lejanía de la tumba central. La necrópolis de Baza, en Granada, es un espacio funerario clásico del siglo IV a.n.e. que permite avanzar en este nivel del discurso. Aquí se observa la estructura de un linaje gentilicio clientelar, gracias a los diferentes estudios arqueológicos de excavación (PRESEDO, 1982) y de análisis de la distribución de las tumbas, tipología y la relación con el ajuar (RUIZ et alli., 1992). La relación tipo de tumba, tipo de ajuar y disposición en la necrópolis es altamente significativa para detectar la estructura social ibera. La asociación del tamaño y el sistema constructivo de la tumba, la cantidad y calidad del ajuar y su disposición en el espacio funerario de cada enterramiento en relación con los demás ha permitido concluir la existencia de cinco grupos o niveles sociales, en una ordenación que arranca de las tumbas 155 y 176, caracterizado por su mayor tamaño, dificultad constructiva, diversidad cualitativa del ajuar y por su disposición distanciada de los demás enterramientos. La primera tumba citada, de pozo, contenía la Dama de Baza y parecía constituir según la lectura estratigráfica el punto de arranque cronológico de la necrópolis (MOLINOS, 2010). Esta estructura clientelar clásica podríamos extrapolarla a la destruida necrópolis del Cerro de la Horca, salvando las distancias descriptivas y los elementos locales que las diferenciaran.
Por tanto, lo que aportan dichos estudios es la imagen de una sociedad aristocrática cuyo poder se basaba en el acceso a la propiedad privada de una parte de la población y la capacidad gubernativa de los príncipes por la cantidad de personas que les reconocen como tales. Una complejidad que dista mucho de lo que hasta hace muy poco se pensaba que podría ser la sociedad ibera. Sin embargo, hay que dejar un indicio llamativo en cuanto a la organización, y es la presencia del componente de parentesco, que a pesar de verse sobrepasado por las relaciones clientelares, sigue estando presente tanto en la vida cotidiana como en el espejo que es el mundo funerario.
Y una vez más, la vida y la muerte se entrelazan con manos firmes para tejer uniones y desencuentros de «su realidad» que comprende un presente que aúne pasado para un futuro gobernado desde el más allá.
Bibliografía
CABRE, J. (1925): “Arquitectura hispánica. El Sepulcro de Toya”. En Archivo Español de Arte y Arqueología,n.º1: 73–101.Madrid.
MOLINOS, M y RUIZ, A. (2010): Del Hipogeo de Hornos a la Cámara de Toya». En RODERO, A. y BARRIL, M. (Eds.) Viejos yacimientos, nuevas aportaciones. Ministerio de Cultura y Museo Arqueológico Nacional.
PRESEDO, F. (1982): La Necrópolis de Baza. En Excavaciones Arqueológicas en España, 119 Madrid.
RUIZ, A.; RISQUEZ, C. y HORNOS, F. (1992): “Las Necrópolis Ibéricas en la Alta Andalucía”. En Congreso de Arqueología Ibérica: Las Necrópolis: 397–430. U.A.M.–Comunidad de Madrid.
Autor
Manu Torres, arqueólogo y gerente del Centro de Interpretación de las Tumbas Principescas de Toya y Hornos.
Capítulo 1: El valle de la muerte. Cuando la muerte habla de vida.