El engaño de Perséfone

Esta semana ha llamado nuestra atención una noticia perturbadora (ABC – Resucita a su hija de 7 años con realidad virtual para reencontrarse con ella). Una empresa coreana ha recreado la imagen de una niña de siete años, Nayeon, fallecida como consecuencia de una grave y fulgurante enfermedad. El propósito de tan audaz experimento no era otro que propiciar un postrero reencuentro con su madre para cerrar el duelo causado por la temprana pérdida. El titular del medio, que emplea el término «resucita» para referirse al tecnológico prodigio, acentuaba el estupor causado por la sorprendente información.

Los técnicos de la compañía asiática utilizaron una gran cantidad de videos y fotos de la pequeña para que su aspecto fuera el más verosímil posible. Incluso modularon su tono de voz y recrearon de forma digital el parque donde solía jugar antes del fatal desenlace. La afligida madre, equipada con unas gafas y unos guantes de realidad virtual, se acercaba desconsolada al avatar de su hija, mientras la cámara que grababa el documental mostraba las frías imágenes de la pobre mujer, presa del llanto, abrazando la nada sobre el frío escenario verde de un Chroma key.

madre
Uno de los trágicos momentos del reportaje. La madre parece abrazar a su hija sobre el fondo verde de un chroma key. Fuente: Youtube

El episodio me ha hecho recordar el pasaje de la nekya de Odiseo. El rey de Ítaca, decidido a conocer el futuro de su periplo marítimo, convoca a los muertos para contactar con el mítico adivino Tiresias. Circe le había instruido en el complejo ritual. Una vez cumplido su cometido, alborotados los espíritus del inframundo, es su madre la que, después de beber la sangre que su hijo había libado tras un sacrificio, adquirió la consciencia suficiente como para entablar una conversación con él. El héroe, roto de dolor ante el reencuentro, intenta abrazarla por tres veces, pero ella se desvanecía entre sus brazos como una sombra o un sueño. Destrozado por la pena, pregunta desesperado:

«Madre mía, ¿por qué no aguardas cuando quiero abrazarte para que, aún en el Hades, te rodee con mis brazos y nos quedemos saciados ambos del frígido llanto? ¿O acaso es esto tan sólo una imagen que la augusta Perséfone ha enviado, para que me lamente aún más entre gemidos?» (XI, 210-215).

Su afligida madre responde que no es un engaño de la diosa, sino simplemente la condición de los mortales una vez que perecen. «Los tendones no retienen más las carnes y los huesos, sino que el potente furor del fuego ardiente los deshace apenas el ánimo vital abandona los blancos huesos y el alma, volando como un ensueño, revolotea y se aleja», sentencia la mujer (XI, 219-223).

Al leer la noticia y ver las imágenes del reciente experimento, uno no puede más que acordarse del lamento de Odiseo por el engaño de Perséfone. La tristeza del héroe al descubrir que la imagen de su madre era solo humo. El desconsuelo de saber que aquella presencia no era física y, por tanto, no podía calmar su desdicha. La impotencia de no poder abrazarla como a una persona viva. No hay manera de aliviar la angustia de la pérdida. La impresión que uno tiene desde la lejanía es que ninguna imagen digital, por muy avanzada que sea la tecnología, puede reemplazar la profundidad del ser humano.

Los avances tecnológicos ponen con frecuencia al hombre ante el espejo de su propia esencia. Una clon digital o físico, pienso en un robot, puede llegar a desarrollar tareas más o menos complejas al son dictado por una supuesta inteligencia artificial. Podrá reemplazar nuestra fuerza de trabajo e incluso llegar a elaborar razonamientos complejos. Pero cuesta creer que una persona pueda encontrar consuelo por la pérdida de un ser querido sin sentir su calor, sin respirar su aliento y escuchar los latidos de su corazón. Todas ellas son sensaciones que jamás podrán sustituirse. El proyecto de la empresa coreana recuerda al engaño de Perséfone, que solo sirve para prolongar la agonía y hacer que cada día seamos menos humanos.

Autor
Mario Agudo Villanueva