Arquímedes fue uno de los sabios más notables de la antigüedad. Se le atribuyen importantes avances en el campo de la física, como haber profundizado en los fundamentos de la hidrostática, la explicación del principio de la palanca y el invento del famoso tornillo que lleva su nombre. Pero también diseñó ingeniosas armas de asedio y sistemas de espejos que al reflejar la luz del sol podían quemar las naves enemigas desde una distancia de seguridad que permitía rehuir el arriesgado cuerpo a cuerpo. Entre sus renombrados inventos, algunos autores también le atribuyen el nacimiento del llamado fuego griego.

El científico siracusano personifica el impulso creador y destructor del ingenio humano. Una motivación que, en su vertiente negativa, nos lleva a explorar las formas más originales y efectivas de acabar con nuestros congéneres. Es así como la imaginación se aplica a las más diversas formas de matar, propósito al que se consagran variados recursos, entre los que se cuentan los proporcionados por la propia naturaleza a modo de armas letales. Surge así la guerra química y biológica que, lejos de lo que pueda parecer, arraiga entre nosotros desde la más remota antigüedad. Este es el tema del libro «Fuego griego, flechas envenenadas y escorpiones. La guerra química y biológica en la Antigüedad», escrito por Adrienne Mayor en 2003 y editado en castellano por Desperta Ferro en este año 2018. Nos hemos querido acercar a su interesante temática de la mano de su propia autora, que ha atendido con gran amabilidad nuestra solicitud.

Pregunta – ¿Cuáles eran las fuentes principales para la elaboración de armas químicas y biológicas en la antigüedad?
Respuesta – Había disponibilidad de numerosas plantas tóxicas, venenos y productos naturales inflamables con los que las personas podían crear armas biológicas y químicas en la antigüedad. Las sustancias biológicas más utilizadas para envenenar proyectiles -flechas y lanzas- fueron las plantas venenosas locales, como el eléboro, el acónito, el tejo y el beleño negro. En tierras con serpientes venenosas, como la región del Mar Negro, el Cáucaso y la India, la práctica consistía en tratar flechas y lanzas con el veneno de las víboras. El veneno seco de la serpiente se cristaliza y, por lo tanto, se adhiere durante mucho tiempo a las puntas de flecha, lo que hace que este arma biológica sea particularmente mortal.
Había disponibilidad de numerosas plantas tóxicas, venenos y productos naturales inflamables con los que las personas podían crear armas biológicas y químicas en la antigüedad.
En Oriente Próximo, donde el petróleo brota de forma natural del suelo, la gente podía acumular nafta, una sustancia incendiaria volátil que no se puede apagar con agua; de hecho, el agua hace que se queme con mayor intensidad. En Mesopotamia, el petróleo y la nafta podrían colocarse en “granadas” de terracota y lanzarse a los enemigos. La nafta también podría encenderse y verterse desde las murallas de la ciudad para acabar con el enemigo y sus máquinas de asedio.

Pregunta – Disponemos de documentación sobre el envenenamiento del agua, por ejemplo durante la Primera Guerra Sagrada, hacia el siglo VI a.C. ¿Cómo pudo ejecutarse este ataque y quiénes fueron los responsables?
Respuesta – Ciertamente, cuando se usaban plantas tóxicas para envenenar los pozos o los suministros de agua de una ciudad sitiada, toda la población podía ser vencida y asesinada. Cuando se desplegaron venenos contra los no combatientes, las mujeres y los niños, así como también contra los soldados, esas armas fueron decisivas. Un ejemplo ocurrió, como señalas, durante la Primera Guerra Sagrada, alrededor del 590 a.C., cuando Atenas y sus aliados envenenaron el suministro de agua de Cirra, una ciudad cerca de Delfos. Durante el asedio, aplastaron plantas mortíferas de eléboro y las colocaron en el arroyo que llevaba el agua dentro de las murallas de la ciudad. Toda la población fue aniquilada. Horriblemente, algunas fuentes antiguas informaron que un médico sugirió esta táctica.
Los espartanos salieron victoriosos en la Batalla de Platea, en 429 a. C., porque crearon una nube letal de gas de dióxido de azufre para abrumar a los plateos en las murallas de la ciudad. El gas fue producido por un inmenso fuego originado por los atacantes, alimentado con madera de pino con grandes terrones de azufre.
Alejandro Magno perdió una batalla con los fenicios en Tiro en 332 a.C. Los defensores llenaron enormes cuencos de bronce, poco profundos, con arena fina y pequeñas limaduras de metal y asaron la arena hasta que estuvo al rojo vivo. Luego catapultaron la arena caliente sobre los soldados macedonios. Los diminutos granos ardientes de arena y metal se filtraron dentro de la armadura de los soldados e infligieron terribles quemaduras y agonía. Más tarde, en el 326 a.C., las lanzas y flechas impregnadas con veneno de la víbora de Russell permitieron que la ciudad de Harmatelia (ahora Pakistán) ganara una batalla contra Alejandro Magno y sus hombres.
No existieron defensas efectivas contra el uso de toxinas, venenos y armas incendiarias infalibles como la nafta, por lo que estas estrategias y armas biológicas y químicas a menudo tuvieron éxito.

Pregunta – Queda patente que el uso de armas químicas y biológicas era muy efectivo, pero ¿qué sabemos de la valoración ética y moral que se hacía de esta práctica en la antigüedad?
Respuesta – Hoy en día, la gente tiende a suponer que la guerra en la antigüedad se practicaba de una manera que valoraba el juego limpio, el honor, el coraje y la habilidad. Pero no existían reglas formales de la guerra en la época clásica griega y romana. Las «reglas» de la guerra están determinadas culturalmente.
Sin embargo, en todas las sociedades antiguas que registraron casos en que los comandantes recurrían a las armas y tácticas biológicas y químicas que estudié, descubrí que tales métodos poco convencionales se consideraban inescrupulosos, deshonrosos y cobardes.
No existieron defensas efectivas contra el uso de toxinas, venenos y armas incendiarias infalibles como la nafta, por lo que estas estrategias y armas biológicas y químicas a menudo tuvieron éxito.
Pregunta – Cierto tipo de armas biológicas y químicas no deberían de ser fácilmente controlables ¿conocemos algún caso en el que el uso de este tipo de armamento se ha vuelto contra el atacante?
Respuesta – El dilema del «retroceso», el «fuego amigo» y las consecuencias no deseadas son inevitables cuando se recurre a armas químicas y biológicas difíciles de controlar. Estos peligros son insospechados y describo muchos de ellos con más detalle en algunos capítulos de mi libro. En particular, los mitos griegos advierten de este problema, de un efecto bumerán de tales armas. ¡Heracles mató accidentalmente a amigos suyos con flechas impregnadas en el veneno de la Hidra de Lerna y él mismo fue víctima de sus propios dardos envenenados! Otro ejemplo lo encontramos en la Guerra de Troya, donde otro héroe dejó caer una flecha impregnada de veneno en su pie, lo que le causó una herida agónica que nunca sanaba.

Pregunta – ¿Por qué una cuestión tan interesante como esta no ha merecido la suficiente atención por parte de la comunidad académica?
Respuesta – La historia de las armas y tácticas biológicas y químicas ha permanecido inexplorada por los académicos por varias razones. Una de ellas es que muchos historiadores han creído que el armamento bioquímico requeriría una comprensión científica y conocimiento técnico que aún no se había desarrollado en la antigüedad. Otra razón es que, como se mencionó anteriormente, las personas tienden a asumir que incluso si las culturas del pasado sabían cómo librar la guerra con toxinas naturales y sustancias químicas combustibles, se abstendrían de tales prácticas por respeto a las «reglas de guerra tradicionales». Finalmente, es difícil reunir sistemáticamente pruebas dispersas y relatos poco conocidos de guerra biológica y química en el registro antiguo. Eso es lo que he intentado lograr en mi libro.
Pregunta – Tenemos muchos ejemplos de posibles armas químicas y biológicas en el mundo griego: Hércules y la Hidra, la muerte de Odiseo, Apolo flechador… ¿Podríamos decir que los griegos fueron los que más utilizaron este tipo de armas en la antigüedad o es una visión deformada por el origen de nuestras fuentes principales?
Respuesta – Aunque hay mitos griegos bien conocidos que describen el uso de precursores de armas biológicas, y muchos relatos históricos antiguos sobre el despliegue de armas tóxicas por una gran cantidad de autores griegos y latinos, no creo que los griegos o los romanos fueran los únicos en armar cualquier fuerza letal que pudieran encontrar en el mundo natural. De hecho, hay muchos ejemplos del uso de armas tóxicas y tácticas bioquímicas en mitos, leyendas y épocas históricas en India y China, también. Parece muy probable que tales armas hayan sido empleadas en todo el mundo antiguo.
Pregunta – Durante el siglo V a.C, Atenas fue asolada por una terrible peste, que se saldó con la vida, incluso, de Pericles y afectó a Tucídides, que realiza un relato estremecedor en su obra sobre la guerra del Peloponeso. Esta epidemia no pareció ser provocada, pero ¿tenemos evidencia de alguna otra que lo fuera?
Respuesta – Es interesante que el historiador romano Dión Casio informara de que las plagas fueron iniciadas por saboteadores en Roma y sus aledaños en el año 90-91 d.C y nuevamente en el año 189 d.C. Según su relato, el sabotaje biológico fue llevado a cabo por conspiradores que impregnaron agujas en sustancias tóxicas para inocular la enfermedad de forma secreta a muchas personas. En el Capítulo 4 de mi libro se analizan estos ejemplos de “pestilencia fabricada” y varios otros tipos de propagación deliberada de epidemias en tiempos de guerra.
Hay muchos ejemplos del uso de armas tóxicas y tácticas bioquímicas en mitos, leyendas y épocas históricas en India y China, también. Parece muy probable que tales armas hayan sido empleadas en todo el mundo antiguo.
Pregunta – Los animales, especialmente los insectos, fueron usados también como armas. ¿Podría explicarnos algún caso paradigmático?
Respuesta – Creo que uno de los casos más inolvidables de uso de insectos como arma ocurrió en Hatra hacia el año 198 d.C. (Las ruinas de esta ciudad fortificada en el desierto están cerca de Mosul, Irak, y fueron gravemente dañadas en marzo de 2015 por la barbarie terrorista). En la Segunda Guerra de los Partos, los romanos, liderados por el Emperador Septimio Severo, sitiaron la ciudad. Pero el enemigo había reunido gran cantidad de escorpiones del desierto y los había introducido vivos en vasijas de arcilla selladas. Cuando los romanos atacaron las murallas, los defensores lanzaron los recipientes sellados (granadas de escorpión) a los romanos. Cuando se abrieron al contacto con el suelo y los escorpiones se esparcieron y los romanos se retiraron aterrorizados.

Pregunta – Termina su libro hablando sobre el fuego griego. ¿Qué sabemos sobre el origen de esta arma?
Respuesta – Los orígenes del fuego griego están rodeados de misterio y tanto la receta como el método de uso de esta temible arma incendiaria se han perdido en la niebla de los tiempos. Aparentemente inventado alrededor del año 668 d.C. por un brillante ingeniero petrolero griego llamado Calínicos, fue utilizado por primera vez por los bizantinos contra la flota musulmana que asediaba Constantinopla. Podemos adivinar la mayoría de los ingredientes, pero no sabemos cómo fue posible destilar y almacenar de manera segura una mezcla extremadamente inflamable de nafta y otros productos químicos y luego propulsarla bajo presión en otros barcos.
Pregunta – La guerra química y biológica no es un fantasma del pasado. Es un peligro presente. ¿Qué puede aportar el estudio de estas armas en el pasado hoy en día?
Respuesta – Ojalá el horror de las armas químicas y biológicas se limitara a la historia antigua. Resultó melancólico investigar y escribir sobre ello. Veo un atisbo de esperanza en el hecho de que surgieron dudas sobre el uso de tales armas tan pronto como el primer arquero sumergió el primer punto de flecha en veneno. Solo podemos desear que la Humanidad encuentre alguna manera de restringir las ciencias oscuras de la guerra.
Autor
Mario Agudo Villanueva