Es indudable que la amplia extensión de territorio que llegó a ocupar Roma a lo largo de su historia no habría sido posible sin un gran ejército. Los estudios sobre las legiones son muy numerosos, pero hoy queremos centrarnos en un aspecto muy concreto: los tipos, la simbología y la función de sus estandartes. Lo hacemos con Eduardo Kavanagh, doctor en arqueología, profesor colaborador honorario en la Universidad Autónoma de Madrid y director de la cabecera de Historia Antigua y Medieval de la revista Desperta Ferro. Es, asimismo, miembro del proyecto de investigación Resistencia y asimilación: la implantación romana en la Alta Andalucía, dirigido por el profesor Fernando Quesada, de la misma institución, en cuyo marco se estudian los yacimientos de época ibérica final del Cerro de la Cruz y Cerro de la Merced, ambos en la provincia de Córdoba, que también encontraron un hueco en nuestra web. Con él hablamos de su último libro: Estandartes militares en la Roma Antigua. Tipos, simbología y función (Anejos de Gladius, 2015).

Pregunta – ¿Cuál es el origen de los estandartes romanos y qué antecedentes similares encontramos en la Antigüedad?
Respuesta – Es una pregunta bastante difícil de responder porque sobre los orígenes más remotos es precisamente sobre lo que más incógnitas tenemos, debido a la escasa información. Lo único que podemos perfilar en torno a los orígenes de los estandartes es que muy probablemente no fueran más que una especie de astiles especialmente decorados que sirvieran a modo de indicativos del lugar que ocupaba un líder aristocrático, digamos, en tiempos de la monarquía o de la república temprana. Servirían, de este modo, como indicativo del lugar físico que ocupaba el aristócrata al que seguían sus bandas armadas con fidelidad personal, en una relación de servidumbre, y no tanto de fidelidad al estado romano. Hay testimonios de fuentes clásicas, como Plutarco, que menciona en su Romulus, que el propio Rómulo llevaba un estandarte con un manojo de heno atado a un astil, de donde vendría el nombre de manipulus, aunque esto parece una construcción historiográfica posterior, muy del gusto de los historiadores romanos. Mucho más tarde tenemos algunas menciones, como la de Plinio, a unos cinco estandartes zoomorfos, que él llama paladios, que tendrían distintas figuras animales, cuyo abandono sitúa hacia el 100 a.C. como remanente de una época más antigua. Por tanto, si en esta época eran ya antiguos, su origen ha de retrotraerse por lo menos más de un siglo atrás. En este caso se trataba de estandartes que llevaban las legiones, no unidades específicas dentro de las legiones, sino el ejército en su conjunto, lo que nos permite sugerir que podrían ser un remanente fosilizado de alguna subdivisión interna en estas legiones primitivas o bien alusiones a divinidades concretas de las que no tenemos noticia exacta. Sin embargo, para estos periodos tan primitivos, toda afirmación ha de entenderse como poco más que una hipótesis.

Pregunta – En su libro dedica un capítulo a su función simbólica ¿existía una relación especial entre los soldados y sus estandartes?
Respuesta – Sin duda, totalmente. Por ejemplo, el historiador Dionisio de Halicarnaso refiere que las enseñas se consideraban sagradas como estatuas de dioses, lo que nos da cuenta del grado de culto y de celo con el que trataban estos objetos. Se les rendía una gran reverencia. No son alusiones, referencias, epifanías ni manifestaciones de los dioses, sino entidades divinas adoradas en sí mismas. La vinculación de la tropa con los estandartes era enorme. Los testimonios de los autores clásicos son numerosos. Nos hablan de los prodigia, los sucesos milagrosos que ocurrían en torno a los estandartes, que se sitúan entre lo humano y lo divino. Tácito en el tomo I de sus Anales nos cuenta que a la muerte de Augusto en el año 14 d. C. se desata la revuelta de las legiones de Panonia y Germania. El senador Munacio Planco acudió a sofocar el motín, y estuvo a punto de ser asesinado por la tropa, pero alcanzó a refugiarse en la capilla de los estandartes del campamento y al pie de este lugar, el portador del águila, argumentó que los estandartes no debían mancillarse con sangre romana. Parece que este argumento bastó para convencer a los amotinados para que no asesinaran a Munacio. Esta cercanía que, estableciendo paralelismos con otras épocas no pudo salvar a Thomas Beckett o a Juliano Medicci de morir en lugares sagrados, en este caso sí salvó a Munacio, lo que es un indicativo de la reverencia que experimentaban hacia sus enseñas. Esto es una remanencia de la atribución de un carácter divino a los estandartes, que están entre lo sagrado y lo profano, entre lo celeste y lo terrestre, lo que les permite convertirse en intermediarios entre ambas esferas. Incluso se consagraban, dejaban de ser un objeto cotidiano para convertirse en un objeto sagrado a través de una ceremonia de paso. Lo interesante de todo esto, como apuntaba antes, es que no dependen de los dioses olímpicos, son entidades divinas por su propia esencia.
Los estandartes no son alusiones, referencias, epifanías ni manifestaciones de los dioses, sino entidades divinas adoradas en sí mismas. La vinculación de la tropa con los estandartes era enorme
Pregunta – ¿Este carácter divino de las enseñas podría emanar de la sublimación del grupo, de elemento de referencia o identificación del soldado con la unidad a la que pertenece?
Respuesta – Totalmente, mi teoría es precisamente que la potencia mágica o divinidad de estos estandartes es inmanente a su propia enseña, y el fundamento de esta divinidad se encuentra, según creo, en una especie de formulación de la entidad colectiva, de la unidad militar, en términos religiosos. Dicho de otro modo: al dotar a esta comunidad humana de este tipo de objetos religiosos, sacros, que la representan, la propia unidad también adquiere una trascendencia sobrenatural. Es un mecanismo de retroalimentación, cuanto más culto rinden los soldados a sus estandartes, más reverencia recibe la propia unidad. Para los romanos esto era importante, pues creían en la eficacia mágica de las oraciones, libaciones, rituales, de modo que igualmente creían que rendir culto a un estandarte tendría como consecuencia el refuerzo mágico de esa misma unidad militar. El estandarte es pues, una manifestación más de la comunidad humana, pero dotada de trascendencia, de potencia mágica. Hay alguna excepción, por ejemplo el águila parece tener cierta dependencia respecto al dios Júpiter, por tanto no hay una independencia plena, pero es interesante que en realidad, no se trata de una vinculación demasiado estrecha, sino que no parece ir más allá del patroconio o la bendición en un momento temprano por parte del dios Júpiter, que le brinda una bendición que se traduce en una potencia mágica, que es el numen. Pero una vez dotada la legión de numen, no le puede ser despojado salvo, quizá, por la pérdida del estandarte que encarna ese numen, esto es, el águila. En todo caso, lo interesante de todo esto es que, una vez otorgada esta bendición, aunque la relación entre el águila y Júpiter es simbólicamente estrecha, la potencia mágica es inherente al propio estandarte y, por tanto, propiedad de la comunidad humana.
La potencia mágica o divinidad de estos estandartes es inmanente a su propia enseña, y el fundamento de esta divinidad se encuentra, según creo, en una especie de formulación de la entidad colectiva, de la unidad militar, en términos religiosos.

Pregunta – En este sentido ¿existía algún tipo de iniciación entre los nuevos reclutas cuando se integraban bajo un nuevo estandarte?
Respuesta – Sí, así es. El sacramentum militum era el juramento exigido al recluta en el momento de su acceso al ejército. La literatura y la numismática sitúan estas ceremonias, como los castigos, frente a las enseñas. Y, precisamente, una de las cláusulas de este juramente era la prohibición de abandonar las enseñas; por ejemplo sabemos que Flavio Filóstrato, en su biografía de Apolonio de Tiana, describe el gesto de los reclutas durante este ritual: con las manos y dedos extendidos. La enseña militar podría funcionar como testigo del juramento del sacramento. Resulta difícil saber si corresponde a alguna reminiscencia de alguna divinidad antigua e igualmente determinar el papel exacto desempeñado por el estandarte en estos ritos. Podría tratarse de un papel pasivo, como receptor de la adhesión del soldado; o bien de un papel activo, como testigo divino o semidivino del juramento, probablemente esto segundo sería lo que se produjese o una mezcla de los dos; sea como fuere queda acreditado el enorme protagonismo del estandarte en el momento de iniciación de los reclutas.
El sacramentum militum era el juramento exigido al recluta en el momento de su acceso al ejército. La literatura y la numismática sitúan estas ceremonias, como los castigos, frente a las enseñas.
Pregunta – En el terreno de la funcionalidad ¿cuáles eran sus usos principales?
Respuesta – En mi trabajo apunté dos grandes tipos de funciones: en primer lugar las simbólico-morales, en función de su capacidad de apelación del subconsciente individual y colectivo; y en segundo lugar, no podemos olvidar las funciones prácticas en combate, tanto en despliegue como en maniobra. Ambas funciones van de la mano y se imbrican entre sí. En la misma línea, cabe distinguir entre dos tipos de estandartes: en primer lugar los eminentemente simbólicos o emblemáticos, como son la enseña zoomorfa, el simulacrum – que lleva la imagen de la divinidad; la imago – que lleva la del emperador; el lábaro – con el crismón constantiniano-, y el aquila. Por otro lado, tenemos las enseñas eminentemente tácticas, el signum y vexillum, que sirven para transmitir órdenes de la oficialidad a la tropa. Algunos autores, como Lendon, Quesada y otros, han propuesto una nueva interpretación de las fuentes, un nuevo modelo de dinámica de combate romana: la teoría de los “blobs” o amebas, conforme a la cual las unidades pequeñas adoptarían formas más flexibles en función de las circunstancias del combate: bosques, ríos, montañas, pasos estrechos… de modo que pudieran variar la forma física de la unidad. En segundo lugar, y más importante, es el hecho de que los centuriones tenían una enorme libertad de maniobra, independientemente de las órdenes emanadas del general; podían decidir el momento del ataque, del avance o de la retirada puntual de sus pequeñas unidades de combate (centurias, manípulos). Esta enorme autonomía tenía, sin embargo, el inconveniente de que podía derivar, fácilmente, en un caos. En estas circunstancias la enseña tendería a ocupar un protagonismo especial, pues serviría como medio para mantener a las unidades “bajo su bandera”, es decir, ordenadas a pesar del desorden que inevitablemente provocaría una dinámica de combate como la que acabamos de describir, extremadamente flexible. Estos estandartes irían acompañados de instrumentos musicales, que junto con el centurión formarían una unidad de mando que sería capaz de transmitir órdenes de la oficialidad a la tropa. Dicho con otras palabras: cuanto más flexible fuera el orden de las tropas, cuanta más libertad de movimiento tuvieran estas y sus unidades pequeñas (centurias, manípulos, etc.), más necesidad habría del empleo de estandartes para evitar que la batalla derivara en un caos completo. Puesto que la dinámica de combate romana daba muchísima libertad a sus centuriones o, lo que es lo mismo, a las pequeñas unidades de combate, la presencia de estandarte y su empleo eran absolutamente necesarios. El estandarte es, por tanto, un remedio para evitar el desorden que implicaba la peculiar dinámica de combate romana.
Los estandartes tenían dos grandes tipos de funciones: en primer lugar las simbólico-morales, en función de su capacidad de apelación del subconsciente individual y colectivo; y en segundo lugar, no podemos olvidar las funciones prácticas en combate, tanto en despliegue como en maniobra.
Pregunta – Sobre la evolución de los estandartes y su pertenencia a centurias, manípulos y cohortes se ha producido un importante debate historiográfico ¿cuál es el estado de la cuestión?
Respuesta – El debate tradicional ha sido muy complejo porque las fuentes son muy inconsistentes. Algunos autores mencionan estandartes de centurias, de manípulo, otros de cohorte y luego muchos más estandartes de unidades; pero sobre todo, en cuanto a las tropas legionarias, la confusión era enorme. Cada uno menciona un tipo de estandarte distinto. Es muy difícil que convivieran. La clave para entender esta inconsistencia de las fuentes, a mi juicio, pasa por aceptar una realidad cambiante en el tiempo. En el siglo II a.C. tenemos una descripción de Polibio, muy compleja, en la que parece haber enseñas tanto centuriales como manipulares. En el siglo I parece que solo hay una enseña manipular y que la centurial podría haber sido arrinconada o incluso abandonada. Otros estudios hablan de la pervivencia de la enseña centurial durante el principado, por lo que es posible que sobreviviera, aunque contamos con testimonios de unidades que se dotan de enseñas centuriales en época antonina, pero se trata de una unidad auxiliar. Pensamos que, como consecuencia del progresivo desarrollo de las unidades de pequeño tamaño, que se produce a lo largo del periodo imperial, las unidades legionarias comienzan a parecerse a las auxiliares y la enseña centurial parece convertirse de nuevo en la norma, sobre todo a partir del siglo IV. De este modo se explica la aparente inconsistencia de las fuentes, puesto que describen realidades distintas. En cuanto a la cohorte, había que distinguir entre la cohorte legionaria, que a partir de finales de la República se convierte en la unidad táctica básica, y la auxiliar. En el caso de las unidades auxiliares, no hay duda de que efectivamente se dotaban de enseña cohortal. En el caso de la cohorte legionaria, sin embargo, ninguna fuente menciona la existencia de enseña cohortal alguna. ¿Cómo se explica que la unidad táctica básica carezca de enseña propia? La explicación más probable, que yo defiendo, es que la enseña táctica ordinaria de uno de los manípulos de esta cohorte, aquel de la primera centuria del primer manípulo, hiciera las veces de estandarte de toda la cohorte. Este mecanismo serviría asimismo para reforzar la autoridad del primus pilus, centurión que gozaba de una situación de privilegio excepcional. De este modo no sería preciso un estandarte nuevo, podría utilizar el suyo propio, de su manípulo, sin que hiciera falta una enseña cohortal específica. Un poco en la línea de lo que decíamos antes, en torno a la época tetrárquica, comenzamos a detectar estandartes cohortales para todas las unidades. Es interesante ver que emplean la forma de dragones, los famosos dracones.
Autor
Mario Agudo Villanueva