El mundo de los oráculos puede parecer lejano al hombre del siglo XXI, pero la pulsión de pronosticar lo que nos deparará el futuro sigue siendo una cuestión cotidiana. Nuestra vida está rodeada de encuestas, sondeos, predicciones meteorológicas, horóscopos y otras técnicas que tratan de anticipar lo que que está por venir. Es una especie de inquietud innata a la condición humana, una necesidad que surge del ansia de certidumbre que nos envuelve antes de tomar cualquier decisión. El impulso de escudriñar lo que nos ofrecerá el futuro no es solo personal, en cuanto que miembros de una colectividad, es una motivación que se extiende a todas las esferas de nuestra vida.
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Vista del yacimiento de Dodona desde el teatro. Foto: http://epirustreasures.gr |
En la antigua Grecia, el recurso a los oráculos era una acción cotidiana. David Hernández de la Fuente desentraña esta cuestión de una manera magistral e ilustrativa en su obra Oráculos griegos (Alianza Editorial, 2008), en la que recupera un tema poco abordado en nuestro idioma, pero que cuenta con una gran tradición en otras lenguas, que se remonta a los estudios pioneros de Thomas De Quincey (1842)(1) o Bouché-Leclercq (1879)(2).
Lo primero que cabe preguntarse al estudiar los oráculos es por su origen. Los dioses más relacionados con la adivinación son Apolo y Zeus, al menos contaban con los centros más influyentes; el primero, en Delfos y el segundo, en Dodona. Ambos eran dioses celestes, pero relacionados de alguna manera en sus santuarios oraculares con elementos telúricos, el primero con la serpiente Pitón, a la que derrota para instituir su oráculo; el segundo, con la encina sagrada, entre cuyas ramas se generaban los sonidos que eran interpretados por los sacerdotes. Además, prácticamente todos los lugares de adivinación tienen relación con cuevas o fuentes de agua, como las de Castalia o Casotis en Delfos, la de Manto en Claros, las del olvido y el recuerdo en Lebadea o la del oasis de Siwa. Esta cuestión puede sugerirnos que el origen de los oráculos se sitúa mucho antes, en tiempos arcaicos, en los que los poderes telúricos dominaban las creencias de los pueblos, no en vano Gea era considerada la primera adivina (protomantis).
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Vista general del santuario de Apolo en Delfos. Foto: Mario Agudo Villanueva |
Estas dos esferas, la celeste y la subterránea, es decir, la de los dioses y la de los muertos, es en las que se encuentran los puntos de conexión fundamentales con el conocimiento del futuro. Sin embargo no todo el mundo puede acceder a ello, se requiere de un adivino o adivina (mantis), que bien sea portador del mensaje de los dioses (chresmós) a través de un estado de trance parecido a la demencia (manía) o bien conozca técnicas de interpretación (techne mantiké) a través de las que pueda inferir esta respuesta. Se trata de una figura que en tiempos arcaicos era una especie de sabio itinerante (Tiresias), pero que luego se institucionalizó para cristalizar en los santuarios que conocemos actualmente.
Para los antiguos griegos, el futuro, por tanto, podría vislumbrarse entrando en contacto con entidades sobrenaturales. La adivinación se concebía así como un puente entre el mundo real y el mundo divino. Como señalaba Trigger, en las antiguas civilizaciones “la realidad natural, sobrenatural y social no eran distinguidas categóricamente. Se creía que la naturaleza estaba impregnada de poderes sobrenaturales que poseían inteligencia y motivación humanas” (2003, 442)(3). Por esta razón, los griegos podían interpretar el futuro a través de muchos intermediarios: humanos, animales, climáticos o mecánicos. Pero no todos los tipos de adivinación eran iguales. David Hernández de la Fuente distingue en su obra dos modalidades: la inspirada (que ejemplifica con el don de Casandra) y la interpretativa (que ejemplifica con el don de Héleno). La primera, de mayor prestigio, se basaba en la posesión divina del intermediario; la segunda, con peor imagen, consistía en escrutar las señales observadas en diferentes soportes. Platón pondera a los basados en la inspiración respecto de los de interpretación (pag. 69).
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Templo de Apolo en Dídima. Foto: Wikimedia commons |
En la Ilíada lo vemos con claridad meridiana en la discusión entre Polidamante y Héctor a propósito de una señal que el primero creyó reconocer al ver un águila que sobrevolaba el ala izquierda del ejército troyano portando una serpiente que pudo zafarse de su captor en pleno vuelo. El hijo de Príamo responde:
“…¡Si de verdad estás proponiendo estas cosas en serio, entonces no cabe duda de que los propios dioses han destruido tus sentidos, porque me pides que ponga en el olvido los designios del atronador Zeus, aquellos que él mismo me prometió con una señal de asentimiento! ¡Por el contrario, nos instas a que hagamos caso a unas aves de extensas alas, de la que ni me interesa ni me preocupa si van a la izquierda, en dirección al tenebroso crepúsculo! ¡Obedezcamos en cambio el designio del gran Zeus, que de todos los mortales y de los inmortales es soberano!” (XII, 232-242).
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Tesoro de los atenienses con la roca de la Sibila en primer término. Foto: Mario Agudo Villanueva |
El oráculo es el mensaje del dios, al que se otorga más fiabilidad que al simple presagio, que se considera en el ámbito de la adivinación. En esta línea debemos interpretar las palabras de Plutarco sobre Alejandro Magno al que critica porque se entregó:
“A los presagios divinos, y se hizo agresivo y de mente tenebrosa… Es terrible la incredulidad y el desprecio de las cosas divinas, pero también es igualmente terrible la superstición” (Vida de Alejandro, 75).
Hasta tal punto llegaron a ser influyentes los oráculos, que el autor señala que sin ellos no podría entenderse el funcionamiento de la democracia ateniense (pag. 16), pues inundaban todos los aspectos de la vida de la antigua Grecia en el ámbito social, político y hasta económico, desde la fundación de las colonias que estructuran el proceso de colonización griega (apoikía) hasta la organización de campañas militares, pasando por la toma de decisiones políticas, entre ellas el otorgamiento de derechos a los habitantes de las poleis o a las mismas poleis como colectivo.
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Vía de los leones de Delos. Foto: Wikimedia Commons |
En este sentido resulta destacable cómo el panhelenismo se estructura en torno al santuario de Delfos, en el que además encontramos las referencias a las frases de los Siete Sabios de Grecia: “conócete a ti mismo” (Gnothi seauton) y “nada en demasía” (Meden agan). (Pausanias X 24,1). El ritual apolíneo de este lugar otorga una unidad espiritual al mundo griego, pero también es un centro de toma de decisiones políticas a través del consejo anfictiónico, cuyo control provocó hasta cuatro Guerras Sagradas, que tienen en común la lucha por las rentas económicas que producía el santuario. Como centros de reunión de gentes de procedencias diversas, los santuarios oraculares eran un punto de contacto comercial de primer orden, un núcleo de actividad que se iniciaba en los propios albergues de peregrinos y acababa con el trasiego de comerciantes que ofrecían sus productos a todos los visitantes, por no entrar en la riqueza de las ofrendas que allí se albergaban en los famosos tesoros (pag. 143).
Dentro del repaso por los principales oráculos griegos que realiza Hernández de la Fuente llama la atención una interesante aportación, la filiación cretense de los más importantes (pag. 141, 151 y 152), lo que resulta ciertamente interesante por cuanto que pone de manifiesto el vínculo de la adivinación con los cultos relacionados con la tierra, lo que remonta su origen a tiempos arcaicos en conexión con el mundo egipcio –el oráclo de Dodona lo fundan, según el mito, unas sacerdotisas de la Tebas egipcia (pag. 32)- o incluso con lo que Marija Gimbutas llamó la “Vieja Europa”, todo un área cultural que se extiende desde el Neolítico al Calcolítico en una extensa área que va desde la cuenca del Dniéper hasta la Península itálica y que se caracteriza por elementos comunes relacionados con el culto a las diosas pájaro y serpiente, cuya importancia en la cultura minoica no hace falta ser recordada (2014, 182-183).(4)
En definitiva, Oráculos griegos es una obra fundamental, no solo por la abundante documentación sobre la cuestión, sino también por la profundidad de su tratamiento -a pesar de la brevedad del ensayo- y su riqueza expositiva, ya que se analiza su origen, método, funcionamiento y función desde diferentes puntos de vista: religioso, social, político, económico e, incluso, sus ecos literarios. Como rúbrica final, se nos ofrece un recorrido por la descripción que las fuentes realizan de los más importantes: los de Delfos, Delos, Dídima y Claros (Apolo); Dodona y Siwa (Zeus), Lebadea (Trofonio) y Epidauro (Asclepio). Un recorrido físico que pone fin al recorrido histórico que sobre esta disciplina clave para entender la cultura griega realiza Hernández de la Fuente.
Notas
(1) Editado en castellano en DE QUINCEY, T. (2005): Los oráculos paganos y otras obras selectas. Valdemar.
(2) BOUCHÉ-LECLERCQ, A. (1879-1882): Histoire de la divination dans l’Antiquité. París, E. Leroux.
(3) TRIGGER, B. (2003): Understanding early civilizations. Cambridge University Press.
(4) GIMBUTAS, M. (2014): Diosas y dioses de la Vieja Europa (7000-3500 a.C.). Siruela.
Autor
Mario Agudo Villanueva