La batalla del Hidaspes (326 a.C.) marca un hito en la guerra helenística, en tanto que fue el primer enfrentamiento militar en el que un ejército heleno hizo frente a una fuerza de elefantes de guerra. Los tres años siguientes a dicho conflicto permitieron a Alejandro III de Macedonia incluir entre sus fuerzas a contingentes de elefantes gracias a la política pactista desarrollada con los caudillos del noroeste de la India, llegando a contar aproximadamente con unas doscientas bestias en el momento de su muerte. A pesar de que el argéada no llegó a poner en práctica esta nueva arma, prácticamente desconocida en Grecia más allá de las noticias que aportaban los tratados de Ctesias de Cnido y Aristóteles acerca de su empleo en la India, su papel en los acontecimientos que siguieron a su muerte, las llamadas Guerras de los Diádocos (323-281 a.C.), fue primordial tanto en materia bélica como en la articulación de una nueva ideología del poder.
Sin embargo, a la hora de analizar el proceso de su adopción en el ejército macedónico, así como en los de las posteriores monarquías helenísticas, debemos partir de la premisa de que nos encontramos ante un animal que no estaba completamente domesticado, como sí lo estaban otras especies utilizadas en la guerra de la Antigüedad, y por desgracia en tiempos no tan lejanos, como los caballos y los perros, sino que era adiestrado y sometido por su cornaca para realizar ciertas labores, como por ejemplo cargar contra empalizadas y/o destacamentos de infantería, aunque también es cierto que se dieron casos excepcionales como el de Pérdicas, que durante su expedición a Egipto trató de suavizar la corriente del Nilo sirviéndose de sus elefantes, con un fatídico resultado para sus soldados. Este episodio ilustra a la perfección la falta de experiencia de los comandantes helenos a la hora de sacar partido de sus contingentes de elefantes.

Al igual que les sucederá a los cartagineses en la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.), momento en el que estos incorporan el elefante de guerra a sus filas, los macedonios necesitaron de tiempo para aprender a dominar esta inestable arma, aunque también es cierto que de manera análoga se dieron los primeros sistemas tácticos anti-elefantes, diseñados, por cierto, en su mayoría por veteranos de las campañas de Alejandro. Mientras que en el Hidaspes se había optado por neutralizar a los contingentes de Poro mediante infantería ligera, los ψιλοί (psiloi), en su mayoría tracios, conviene citar el asedio de Megalópolis por parte del regente Poliperconte (317 a.C.). Ante la llegada de las tropas reales el estratego local, un tal Damis, que había participado en la expedición asiática, ideó la siguiente estratagema: colocó planchas metálicas con clavos que inmovilizaron a los elefantes cuando cargaban contra los muros, lo cual permitió a los megalopolitanos asaetearlos desde los muros, hasta que arremetieron contra sus propias filas en su búsqueda de refugio.

La crudeza de estos enfrentamientos se cobraba la vida de muchos elefantes, por lo cual cuantitativamente su porcentaje en las batallas disminuía considerablemente, salvo circunstancias excepcionales marcadas por la geopolítica y las relaciones internacionales. En las dos décadas que siguieron a la muerte de Alejandro solamente tenemos constancia de la llegada de dos nuevas remesas de elefantes provenientes de la India. El primero de ellos se produce en el 317 a.C., momento en el que Éumenes recibe 120 elefantes de Éudamo, comandante de la guarnición macedónica de Taxilia, tras el asesinato de Poro. El segundo en el 306 a.C., cuando Seleuco, sátrapa de Babilonia, cede al monarca indio Chandragupta las satrapías del Indo a cambio de 500 elefantes. Estos últimos animales fueron los que inclinaron la balanza a favor de la entente de Seleuco, Casandro y Lisímaco en Ipso (302 a.C.) contra Antígono y Demetrio, convirtiéndose el elefante en el emblema de la dinastía seléucida.

La normalización del elefante de guerra en los ejércitos del Mediterráneo oriental, especialmente a partir del siglo III a.C., dará paso a la creación de un discurso de alteridad gestado por la República romana en oposición a los Estados de raigambre helenística mediante el uso de este tipo de arma, tal y como se deja ver en este fragmento del naturalista romano del siglo I d.C., Plinio el Viejo:
Los elefantes domados luchan en la guerra y llevan en sus lomos torres de soldados armados y en gran parte deciden las guerras en oriente, arrollan las líneas de combate y pisotean a los soldados. Estos mismos se espantan por el gruñido del más pequeño lechón y, heridos o espantados, siempre retroceden, causando una destrucción similar en su bando (…)
Plinio el Viejo, Historia Natural, VIII, 27.
Autor
José Luis Aledo Martínez, autor del libro Los elefantes en la guerra helenística (Siria seléucida, Egipto ptolemaico) y Cartago. Signifer Libros, 2020.
Bibliografía
Albaladejo Vivero, M. (2005). La India en la literatura griega un estudio etnográfico. Madrid-Universidad de Alcalá de Henares.
Aledo Martínez, J.L. (2020). Los elefantes en la guerra helenística ((Siria seléucida, Egipto ptolemaico) y Cartago. Madrid-Salamanca: Signifer Libros.
Molina Marín, A.I. (2014). “La fascinación por el gigantismo en el mundo helenístico. El elefante de guerra.”, en Olesti, O., Vidal, J. y Antela. B. Animales y Guerra en el Mundo Antiguo. Zaragoza: Pórtico.
Scullard, H.H. (1974). The elephant in the Greek and Roman World. London: Thames and Hudson.
Muy interesante, ¡muchas gracias!
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