Siwa: la voz de Amón en el corazón del desierto

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La voz de los oráculos resultó determinante en el devenir histórico de la antigua Grecia. Resulta impensable concebir cualquier acontecimiento político o militar sin la presencia directa o indirecta de una consulta. Más allá de las razones religiosas, los grandes santuarios oraculares constituían puntos de encuentro de primer orden, en los que se disponía de información privilegiada que confería a los sacerdotes el don del conocimiento de la realidad política del momento. Consultar a los dioses era, al mismo tiempo, una inteligente manera de otorgar cierta certidumbre a las decisiones que debían tomarse. En El hogar de los dioses. Oráculos y santaurios de la antigua Grecia (La Esfera de los Libros, 2024), el investigador Javier Jara nos trae una profunda visión de estos auténticos centros de poder helenos. El propio autor nos brinda esta columna en la que nos habla de uno de los más evocadores: el de Siwa, en Egipto.

El oráculo de Siwa: la voz de Amón en el corazón del desierto

Cabría esperar que, en un mundo griego completamente dominado por el poder macedonio, la relevancia de Siwa como oráculo creciera exponencialmente después de su relación con Alejandro Magno. Si fue así, las fuentes no lo reflejan en absoluto. Quizá los monarcas helenísticos cultivasen los vínculos con el santuario de Zeus-Amón, pero solo encontramos un caso histórico recogido por los autores contemporáneos. En el año 304 a. C., los habitantes de la isla de Rodas, enclavada en el Egeo oriental, lograron sobrevivir al asedio al que les sometió el rey macedonio Demetrio Poliorcetes. Esta no fue una victoria menor, sobre todo teniendo en cuenta que «Poliorcetes» podría traducirse como «el expugnador de ciudades». La resistencia de los rodios ha pasado a la historia no solo por enfrentarse a uno de los sitiadores más célebres de su época, también porque, en conmemoración, se construyó tiempo después el famoso Coloso de Rodas, que sería contemplada después como una de las maravillas del mundo antiguo: una gigantesca estatua de bronce de más de treinta metros de altura que representaba al dios Helios y que fue destruida por un terremoto pocas décadas más tarde.

En realidad, la resistencia rodia no habría sido posible sin la ayuda del ejército ptolemaico, que, como sabemos, era también de ascendencia helenística. Efectivamente, el asedio de Rodas debe inscribirse en lo que conocemos como Guerras de los Diádocos (323-281 a. C.), una serie de conflictos entre los sucesores de Alejandro Magno por hacerse con la hegemonía en los restos de lo que fue el Imperio macedonio. Los rodios quisieron agradecer de una manera especial el inestimable apoyo prestado por sus aliados egipcios, así que enviaron embajadores sagrados a Siwa para preguntar al oráculo de Zeus-Amón si en Rodas debía instaurarse un culto divino a Ptolomeo. Cuando el oráculo mostró su aprobación, dicen las fuentes, los rodios construyeron una plaza en su honor, con una columnata de un estadio de longitud a cada lado. No obstante, el lugar, de haber existido realmente, no ha sido localizado aún. Pero el auxilio ptolemaico a la isla quedó grabado para la posteridad en el sobrenombre con el que se conoció al monarca de Egipto desde entonces: Soter, «el salvador».

Templo de Amón en Siwa. Foto: Wikimedia Commons

Los rodios serían los últimos consultantes griegos del oráculo de Siwa, al menos en lo que respecta a los testimonios de las fuentes literarias. Aun así, el oráculo no desaparece de la literatura antigua. En el siglo III a. C. surge la leyenda en torno a otro gran personaje, el cartaginés Aníbal Barca, en el contexto de las Guerras Púnicas contra la República romana. Aníbal murió en 183 a. C. en la región de Bitinia, en Asia Menor, probablemente ingiriendo un veneno que él mismo llevaba consigo, para no ser entregado a los romanos por el rey Prusias I, al que anteriormente había servido. De acuerdo con el relato forjado en torno a su figura, el propio general habría recibido un oráculo de Zeus-Amón, en verso, que establecía que «la tierra de Libia (Lybissa) cubrirá el cadáver de Aníbal». Naturalmente, el cartaginés interpretó las palabras del dios (o de su sacerdote) como prueba de que terminaría sus días en su propio hogar, Cartago. Sin embargo, había en Bitinia una aldea que se llamaba Libisa, a las afueras de la ciudad de Nicomedia, y daba la casualidad de que Aníbal vivía entonces en los alrededores. Este fue el lugar donde murió, dando cumplimiento al oráculo.

De nada sirve buscar un ápice de veracidad en esta historia. Ninguna fuente antigua describe una embajada cartaginesa consultando el oráculo de Zeus-Amón, más bien, parece que el lugar fue elegido por alguno de los autores griegos, posiblemente Diodoro, porque era el oráculo más conocido en el norte de África, de donde procedían los cartagineses. Por otra parte, estaríamos ante la primera respuesta oracular en verso, lo cual no encaja con el procedimiento adivinatorio que se seguía en Siwa. Como bien concluye Parke, el hecho de que Aníbal acabase sus días en una localidad llamada «Libisa», que significa «tierra libia», representa una coincidencia demasiado jugosa como para que un autor helenístico la dejara pasar. En realidad, la anécdota sobre Aníbal solo demuestra que el santuario de Siwa continuaba en activo en el siglo III a. C. y que su recuerdo permanecía en el imaginario grecolatino.

Con Aníbal, el santuario de Siwa prácticamente desaparece de la literatura griega antigua como lugar de consulta. Esto puede corresponder, en parte, a las tendencias culturales contemporáneas. A partir de los últimos años del siglo IV a. C., los griegos comenzaron a consultar cada vez menos los oráculos tradicionales. El declive de Delfos es un buen ejemplo de ello. Pero, además, un factor especial, producto del advenimiento helenístico, pudo haber influido en la escasa popularidad de Zeus-Amón. Dejó de ser, como en el pasado, la divinidad exótica favorita para atraer a los visitantes griegos. En su lugar, el nuevo culto a Serapis, una creación casi ex novo de Ptolomeo para aglutinar los cultos egipcios y los griegos, se extendió desde el propio Egipto por todo el Mediterráneo oriental. Así, los desiertos de Libia dejaron de ser visitados por los peregrinos helenos, o, al menos, no como en el pasado; de hecho, Estrabón describe el culto de Zeus-Amón como «casi extinguido» en época del emperador Augusto, en el siglo I de nuestra era.

Ciudadela de Siwa. Foto: Wikimedia Commons

A principios del siglo II d. C., uno de los trabajos de Plutarco nos presenta a un tal Cleómbroto de Esparta, un explorador que había viajado por casi toda la ecúmene y recorrido el norte de África. Según el biógrafo, este Cleómbroto (quién sabe si estaba emparentado con la realeza lacedemonia) habría visitado el santuario de Siwa sin llegar a consultar el oráculo, simplemente para discutir con uno de los sacerdotes que aún permanecían allí por qué su lámpara consumía cada día menos aceite. Zeus-Amón no desempeña ningún cometido en este pasaje, pero la narración, sin importancia para el tema que nos ocupa, nos sirve para comprender la persistencia, a duras penas, de un culto en desuso. Lo cierto es que el único visitante griego del siglo II del que podemos estar seguros es el geógrafo Pausanias: en sus escritos hace alusión, en dos ocasiones, a elementos que ha presenciado en el recinto sagrado, como la copia de un himno de Píndaro realizada por Ptolomeo para mayor gloria del dios.

Ninguna otra referencia en la literatura grecolatina de la Época Romana demuestra la existencia de un culto continuado en Siwa. Resulta interesante que la alusión más cercana a la presencia de un oráculo de Zeus-Amón proceda de fuentes posteriores a la caída de Roma de 476, cuando el cristianismo está plenamente consolidado en Europa, el norte de África y parte de Próximo Oriente. En el siglo VI d. C., durante el reinado del emperador Justiniano en el Imperio romano de Oriente (lo que ahora conocemos como «Imperio bizantino»), el poeta épico de origen africano Flavio Cresconio Coripo recogió las hazañas del magister militum Juan Troglita en una de sus obras, llamada, a la sazón, Johannis. En uno de sus pasajes se muestra a dos enemigos de Juan Troglita, procedentes de las tribus moras (mauri), consultando al oráculo en medio de un éxtasis pagano. Probablemente Coripo omitiese las prácticas normales del santuario de Siwa y continuase con la tradición cristiana de ridiculizar las costumbres paganas, si bien el siglo VI d. C. es una fecha tardía para la aparición de libelos ofensivos contra las religiones antiguas. No hay forma de comprobar si el autor tenía pruebas de que el oráculo siguiese en funcionamiento en su época.

Si, de hecho, el oráculo todavía existía a mediados del siglo VI, en la época de la guerra bizantina contra los mauri, debe de haber sido finalmente suprimido no mucho después, ya que el historiador Procopio de Cesarea registra, entre los logros de Justiniano, la eliminación del paganismo en todos los oasis de Libia, aunque no menciona explícitamente el caso de Zeus-Amón. De ser así, las medidas antipaganas de Justiniano habrían implicado la clausura definitiva del oráculo de
Siwa, doce siglos después de su instauración.

Autor

Javier Jara Herrero, autor de El hogar de los dioses. Oráculos y santaurios de la antigua Grecia (La Esfera de los Libros, 2024) y Las guerras médicas: Grecia frente a la invasión persa (La Esfera de los Libros, 2021)

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